domingo, 12 de septiembre de 2010

Rutinas ruinas

Da igual que sea Hendricks o Larios, cada mañana la ginebra tiene la poca vergüenza de restregarme con su sabor el desastre de la noche anterior. Ni siquiera un pitufo grasiento y madrugador, con el que me gusta saludar al sol, me ayuda a eliminar el aliento de esa bebida ruin y perversa. He probado a beber agua con limón, un viejo truco de la nueva escuela, pero siempre me queda la esencia ginebresca que me torpedea todo el día con imágenes de la noche anterior. En mi retina vuelven a quedar los mismos bares con sus mismas canciones y las miradas perdidas y esquivas de otros que, como yo, salen a buscarse.

Anoche cronometré mis pautas etílicas. El primer sorbo de gin tonic se produjo a las 23.57 y el último a las 6.53. En esas casi siete horas engullí ocho copas, algo más de la mitad de una botella, gasté 47 euros y logré la satisfacción de volver a sentirme al mismo tiempo más decrépito, pero también más feliz. En lo que es prácticamente una jornada laboral, interrogué a algunas mentes indefensas, intercambié conversaciones con desconocidos en las barras mientras esperaba mi turno, me quedé con la vuelta de un despistado, busqué el roce malintencionado con las que estaban por encima del listón y gasté bromas estúpidas con las que estaban por debajo. Era la vuelta a la rutina nocturna y crápula que te castiga más en la resaca porque te ve más indefenso.

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